jueves, 27 de diciembre de 2007

POPCITYPOP La ciudad como obra de arte



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El arte, como concepto genérico, está abriendo su abanico de aceptación a los soportes más variados e inusuales. En un momento histórico, confuso y caótico, donde los soportes tradicionales como el óleo o la piedra aún tienen vigencia, se incorporan hoy en día nuevos medios expresivos como la instalación, el video arte o el reciente y provocador “net art”. Es tan intenso este maremagno creativo que el mismo término de arte debe reformularse y adaptarse a estos tiempos de intercambio intenso y asimétrico. Dado este panorama, si en el presente ensayo utilizamos el término de “obra de arte” o “trabajo artístico”, lo hacemos encuadrándolos en los actualmente llamados estudios de cultura visual o estudios de visualidad. Con ellos, ampliamos el campo de la estética moviendo su centro gravitacional hacia una democratización real de las obras y sus reflexiones.
A diferencia de la crítica convencional, en la FEA disfrutamos con ese estado de efervescencia creativa y creemos, ética y estéticamente, que todos los soportes son válidos. Más allá de la sumisión a los dictados impuestos por la “institucionalidad del arte”, queremos encontrar nuevos espacios dentro de la dualidad visualidad-cultura. Dicho en otras palabras, en los ámbitos que la francesa Catherine David llama subversivamente “prácticas estéticas contemporáneas”.
La búsqueda de la belleza en la cultura occidental está en entredicho. El crítico americano Arthur C. Danto dijo maliciosamente que “la belleza no volverá al arte”; esto puede recibirse con horror o escepticismo. En la FEA preferimos probar nuevas prácticas estéticas y con la mayor cantidad de caminos posibles. Como buenos diletantes proponemos proyectos polémicos alborotando así, los espíritus arcaicos y académicos. No crean que sólo perseguimos sádicos intereses, lo hacemos por el convencimiento de la naturaleza inasible del arte que se escabulle de cualquier atadura y se chorrea por donde menos lo imaginamos. Por ello, ahora, la Fundación de Estética Andina se da el gusto de proponer que: la ciudad de La Paz es nuestra mayor obra de arte.

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En 1966, el finado arquitecto italiano Aldo Rossi escribió un texto trascendental para el entendimiento de los hechos urbanos como obra de arte. El pequeño libro “La arquitectura de la ciudad”
[1] transformó las bases del entendimiento del problema urbano trastocando la visión científica y urbanística por una visión culturalista y artística. En ese ensayo Rossi abogaba por una lectura diferente, afirmando que “en la naturaleza de los hechos urbanos hay algo que los hace muy semejantes, y no sólo metafóricamente, con la obra de arte; éstos son una construcción en la materia, y a pesar de la materia, son algo diferente: son condicionados pero también condicionantes”[2]. Rossi se apoya, para ello, en varios autores, uno de ellos, el americano Lewis Munford, que manifiesta “la ciudad es un hecho natural, como una gruta, un nido, un hormiguero. Pero es también una consciente obra de arte, y encierra en su estructura colectiva muchas formas de arte más simples y más individuales”.
Con esa visión debemos entonces ver a la ciudad de La Paz como nuestra “mayor obra cultural” o como “nuestra mayor obra de arte”, edificada y construida por todos los paceños, vivos y muertos, en un persistente trabajo de acumulación artística. Se trata de mirar a la ciudad en su compleja “artisticidad” para entender nuestros más profundos arcanos.
Por el carácter polémico de esta lectura debemos evitar el objetivismo y el subjetivismo que adjudican calificativos de belleza o fealdad a cualquier obra de arte. Es preferible otra lectura inscrita en los estudios de la cultura visual, mirando a la ciudad como un aporte colectivo y acumulativo sobre un “lienzo natural”, nuestro soberbio valle andino. A los artistas o habitantes de esta sociedad les fue encomendado construir sobre este sitio las prácticas estéticas correspondientes a su espíritu urbano en diferentes espacialidades y temporalidades a modo de zonas, calles, monumentos y arquitecturas. Van casi cinco siglos de acopio desde que el alarife Paniagua impuso a traza y cordel las primeras líneas de esta confusa obra.
Para empezar a desarrollar esta idea es fundamental un esbozo acerca de la importancia que la “voluntad humana” ejerce sobre cualquier obra artística. El trabajo topográfico de Paniagua puede equipararse, salvando las diferencias de técnica, al primer trazo a carboncillo que cualquier artista ejecuta al inicio de una pintura. Dependiendo de la destreza del artista, el control de la armonía es un objetivo que guía al artista. La preocupación de un todo unitario es quizás el rasgo fundamental de toda obra individual, sea ésta de un refinamiento exquisito como el logrado por Alfredo La Placa, o de una fuerte agresividad como un collage de Rauschemberg realizado con basura. Este argumento es igualmente válido para los artistas, actualmente llamados productores de ideas, que buscan también una coherencia temática. El mensaje se explicita mejor en las obras que poseen esta calidad unitaria; que más allá del unitarismo de estilo, se basa en una sutileza que es expresividad y potencia de la voluntad humana.
El problema se manifiesta cuando la obra tiene como autor a un complejo y variopinto equipo colectivo conformado de muchas generaciones. Ahí comienzan las paradojas. Como nuestra ciudad es el resultado de una sociedad multifacética, es imposible conservar un carácter unitario y homogéneo que lleve con predisposición ese gobierno de la “voluntad humana” tal como sucede en el trabajo del artista individual. Estamos ante una creación urbana que lleva la consigna de García Canclini de la “heterogeneidad multitemporal”, que es abigarrada, confusa y difícil de desentrañar con los recursos del pensamiento moderno.
La permanencia y la coexistencia de múltiples expresiones sociales de diverso rango cultural, han desarrollado en La Paz esta obra perturbadora. Para justificar los calificativos seguimos el desglose que propone Rossi al sujeto de estudio y verificamos el estado de nuestras áreas urbanas, nuestros barrios y nuestras arquitecturas. No es mucho denigrar afirmar que ellos están signados por una pérdida de memoria y han devenido en subproductos que alteran constantemente nuestra capacidad de asimilación y fracasan en el intento de una catarsis colectiva con algún placer estético. Sin embargo, por la potencia que esta ciudad trasmite, debemos superar esta primera impresión y debemos, con una lectura más sutil, reinventar memorias y readecuar nuestras aceptaciones para abordar esta compleja y multisignificante obra de arte.
Identificando con mayor agudeza al mecanismo responsable de esta incongruencia receptiva, Rossi nos adentra en las culpabilidades afirmando que “la naturaleza de este problema está plenamente relacionada con la arquitectura de la ciudad”
[3]. Aquí podemos ser expeditos y culpar a los arquitectos como los responsables de las peores pinceladas a este lienzo urbano. Sin embargo, ¿los arquitectos son los únicos culpables? No totalmente, la obra construida por arquitectos en esta ciudad no debe ser mayor a un 40% de lo edificado. La gran masa edificada es autoconstruida libre y democráticamente, es decir, nuestra mayor obra de arte es, en definitiva, una expresión colectiva y no de un grupo en particular.
Pero, insistimos en preguntarnos ¿por qué esta obra no genera empatía con su colectividad?, ¿por qué tanto amor al sitio, a la atmósfera y a las montañas y tanto desagrado colectivo por lo edificado por el hombre? Sin caer en una adjudicación de valores innatos a la materia, postulado del objetivismo, y sin caer tampoco en la perniciosa benevolencia del “todo depende con el cristal con que se mira” del subjetivismo, caben breves comentarios acerca de este desfase estético. Quizás las respuestas debemos buscarlas nuevamente en el concepto de la voluntad humana. La obra de arte o si prefieren la práctica estética contemporánea, es siempre una expresión de la voluntad social en determinado tiempo y lugar. Al mencionar voluntad, nos referimos a esa “potencia del alma que mueve a hacer o no hacer una cosa”, a esa firmeza ética que debe estar presente en el ejercicio creativo del arte y a esa intención de transformar el mundo que nos rodea. Analizando en esa línea, creemos que nuestra voluntad humana ha sido el ejercicio a ultranza de la “democracia morbosa” propugnada, cuándo no, por la clase política y expandida por los grupos de massmedia que también rigen en esta sociedad. La falta de coherencia es debida pues, a una mezcla ponzoñosa de libre albedrío e incapacidad rectora de las clases dirigentes. Pero entiéndase bien esa sentencia, el problema no está en el ejercicio de la libertad en sí sino, en la baja aspiración de esas expresiones.
A ese precario nivel de aspiraciones culturales se suma la violenta coexistencia de múltiples sociedades y tribus urbanas en nuestra ciudad. No se trata aquí de un “melting pot” americano, que basa su riqueza en el mestizaje obligado, sino más bien de la convivencia de grupos con permanencia inalterable de costumbres no sincronizadas a los valores impuestos de la modernidad y la globalización. Esta inadecuación, social y cultural, a los esquemas de desarrollo material que impone occidente nos impidió encontrar con claridad nuestros derroteros; por ello debemos, a la par de nuestros cambios sociales y políticos, definir una estética acorde a nuestro tiempo, entendiendo que ésta ya no será unidimensional, sino que se inscribirá en lo que las nuevas visiones sociales llaman las “múltiples modernidades”
[4].
C. Greenway aseveraba que “la alternativa a Picasso no es Miguel Ángel, sino el kitsch”
[5], y con ello marcó un camino hacia nuevas prácticas artísticas y de renovación estética. Aunque el término kitsch no es de nuestro agrado para la propuesta que presentamos, es importante recordar que “ha dado triunfalmente la vuelta al mundo, vaciando y desnaturalizando culturas autóctonas, hasta el punto de que esta en camino de convertirse en la primera cultura universal”[6]

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Es fundamental referirse a esta obra colectiva de arte ampliando la visión hacia otras expresiones como la música y los sonidos, el mundo de los movimientos urbanos y las danzas, el mundo de la gráfica y las imágenes que son, sin duda, parte constituyente y en algunos casos, modeladoras de la forma urbana. De todas ellas, el mundo de la representación folklórica ha calado profundo en la construcción de esta obra y, siguiendo el razonamiento de Stam y Shohat
[7] sobre la importancia de las “subversiones carnavalescas” que se dan el tercer mundo, damos un lugar fundamental a este grupo social emergente en la creación de la llamada “arquitectura chola” y su influencia en la simbólica urbana.
La Paz tiene en sus calles y plazas las entradas folklóricas más intensas y embriagadas del mundo andino. Baile, música y bebida se entrelazan en una fiesta urbana interminable. En un marco de tolerancia extrema, la ciudad se entrega a los excesos del baile y la bebida; entendiendo que el uso del alcohol en esta embriaguez colectiva es un “lubricante social” necesario e imprescindible para nuestra parca manera de ser, que estimula el acto de compartir y socializar en medio de la danza y de la música.
[8]
Como una recuperación de costumbres ancestrales del mundo rural, las entradas folklóricas han crecido en cantidad y calidad en el siglo XX. La fiesta del Señor de Gran Poder es la más importante de todas y renueva ritos y bailes en la fecha variable de la Santísima Trinidad, que se sitúa en el mes de junio. Nacida bajo el sostén y el apoyo de una nueva y floreciente casta comercial, que desde mediados del siglo XX goza de un envidiable crecimiento económico, el Gran Poder es el reflejo de la pujanza de una burguesía chola que ahora está presente en el imaginario colectivo con más carisma que el poder municipal o el estado formal. Agrupando casi un centenar de fraternidades de danzantes y bailarines de Diabladas, Morenadas, Tinkus y Llameradas, entre otras, su poder se manifiesta protocolarmente por medio de un selecto grupo de dirigentes y artísticamente por los artesanos que renuevan la simbólica de la fiesta.
Afincado en la pendiente oeste de la hoyada paceña, este grupo de nuevos jerarcas urbanos tiene mayor influencia en la sociedad que la ejercida por cualquier otro grupo social y dispone de todo el poder económico para seducir a los imaginarios urbanos con muestras de una solvencia que se evidencia en las juntas directivas o en los “pasantes”, que se renuevan anualmente. Cada año la fiesta de Gran Poder remoza a esos influyentes dirigentes en actos ceremoniosos y muy protocolares, descritos por Albó y Preiswerk en el estudio que realizaron de esta fiesta: “Los pasantes o prestes son los que corren con la mayor parte de los gastos extraordinarios. Gracias a ellos elevan su prestigio y status. Su contribución se desarrolla en un contexto ritual. El matrimonio pasante es presentado y nombrado formalmente durante la recepción social que se tiene después de la Entrada, en la celebración del Alba, el día siguiente, domingo por la mañana. Ya en los ensayos es corriente que el pasante reciba billetes que son ostentosamente prendidos en su terno o vestido.”
[9]
El Gran Poder se manifiesta como un verdadero alarde de poder económico, que es multiplicado en el escenario de la ciudad formal. Es el espectáculo masivo y colectivo por excelencia de la ciudad de La Paz, donde el color, el movimiento y la música son los ingredientes de una teatralidad urbana de gran participación popular que ha ido tomando paulatinamente los espacios urbanos de la colectividad formal y de la clase alta urbana. A partir de los años 70 del siglo XX, esta fiesta tiene una gran difusión por los medios de prensa y televisión, transformándolo en un evento colectivo trascendental para esta ciudad. El programa “Los Principales” de Fernando Espinoza que se difunde por el canal de televisión más popular de La Paz (RTP), es el altavoz de una sociedad emergente que muestra a esta ciudad nuevos ritos protocolares y de urbanidad, que mezclan costumbres de rasgos occidentales con ceremonias mestizas, mucho más creativos que el ceremonial de la burguesía excluyente y clasista. Estos eventos de nuevo cuño son ahora la norma de conducta social de estos sectores populares y por ende de la ciudad toda. Una mezcla de parsimonia y de afectación rodea a estas nuevas prácticas sociales donde palpita una socialización de la libertad urbana sobre las normas establecidas y donde la colectividad suelta amarras a sus entusiasmos y a sus pasiones contenidas.
Son cuatro décadas de transformaciones fundamentalmente culturales del paisaje urbano de la ciudad de La Paz y por consiguiente, son aportes decisivos a nuestra mayor obra de arte. Gran Poder ha incorporado estas mutaciones y ha gestado en el paisaje urbano una estética “chola” que poco a poco está dando una nueva imagen, bizarra y compleja, a la ciudad de La Paz. Este carnaval urbano es el aporte coreográfico y escenográfico más importante que se ha impuesto sobre los imaginarios de fines del siglo XX y en los inicios de este milenio. Con esta contribución, comienzan a destacar nuevas formas que evocan ensoñaciones y resonancias de una mezcla extraña entre lo ancestral y lo contemporáneo, de una amalgama perversa entre lo propio y lo ajeno, entre lo urbano mestizo y lo rural indígena. Una estética de la fragmentación y la indeterminación.

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Ante este mosaico de creatividad multifacética, la Fundación de Estética Andina esta elaborando modelos y registros para el desarrollo de una Estética Policéntrica. Con esos registros artísticos establecemos este momento histórico de nuestra práctica estética urbana como el estadio de la “Prospectiva Chola”, como una categoría de estética local dentro de una propuesta alternativa con identidades de resistencia por ser “generadas por aquellos actores que reencuentran en posiciones/condiciones devaluadas o por la lógica de la dominación por lo que construyen trincheras de resistencia y supervivencia basándose en principios u opuestos a los que impregnan las instituciones de la sociedad”
[10]. En esa línea es que estamos proponiendo nuevas apropiaciones para el mundo artístico, que además de renovar las bases de la estética occidental, marca límites con la institucionalidad del arte en nuestro medio. Conscientes de la debilidad estructural e intelectual de este último estamento, nuestra propuesta genera nuevos espacios de debate y de propuesta con la certeza de que “la cultura visual de toda sociedad contemporánea y los textos generados por ellas, son múltiples, híbridos, heteroglósicos y caracterizados por trayectorias, ritmos y temporalidades múltiples”[11], y no por el despliegue altisonante de un grupo desclasado de nuestro reducido medio artístico.
Estos registros y modelos deben ser lo suficientemente irónicos y mordaces para superar la globalización del gusto y las aceptaciones irreflexivas del lenguaje y el estilo dominante. Esta recopilación tiene el objetivo de desarrollar la gramática y la sintaxis de un nuevo lenguaje arquitectónico y artístico en concomitancia con los escenarios urbanos y sus usuarios: la ciudad como un medio y como un fin estético.
La recopilación de los registros fotográficos (la gráfica, lo urbano y lo arquitectónico) y los sonoros y de movimientos (videos y tapes, etc.) será realizado de manera tendenciosa para la reformulación de nuestros patrones de consumo estético. Como ejemplo de ello, una de las partes constituyentes de ese registro es la realización de trasgresiones estéticas. La serie de “Lo Feo y lo Bonito” incluye una comparación fotográfica de ejemplos arquitectónicos y urbanos, de lo universalmente aceptado como portador de la belleza atemporal con ejemplos de lo urbano y arquitectónico de nuestra ciudad. En esta dualidad inscribimos en las imágenes textos paradójicos y contradictorios con el ánimo de fomentar las disparidades y los desencuentros con nuestra formación estética y cultural. Este recurso cáustico, mordaz e irreverente, permite nuevas lecturas en la contemplación artística. Empero, es necesario entender que la serie de “Lo Feo y lo Bonito”, no es un recurso de la condescendencia pequeño burguesa ilustrada, que aprueba con moral judeocristiana lo construido por los desplazados de nuestra ciudad, sino tiende más bien, a ser un recurso trasgresor pero sobre todo incluyente, porque la ironía es especular.
Junto a estas recopilaciones trasgresoras, se desarrollan otras más, donde se registran gráfica, música, danza, sonidos, coreografías y teatralizaciones urbanas. Con el conjunto se abre un abanico en el que se analiza sobre la dualidad y la paradoja como la esencia del ethos del hombre andino. Sin ánimo de establecer un panegírico del habitante y su medio, muy propio de la posmodernidad y su pensamiento político, tendemos más bien, al reconocimiento pleno de la existencia en nuestra mayor obra de arte de poderosas identidades de resistencia.


Fundación de Estética Andina. Carlos Villagómez.
12 de octubre de 2007



[1] Aldo Rossi, “La arquitectura de la ciudad”, Ediciones Gustavo Gili, Barcelona, 2004.
[2] Rossi, op. cit.
[3] Idem.
[4] S. N. Eisenstadt, “Multiple Modernities”, Deadalus, Winter 2000.
[5] Clement Greenway, “Arte y Cultura” Gustavo Gili, Barcelona, 1979.
[6] David Estrada, “Estética”, Editorial Herder, Barcelona, 1989.
[7] Robert Stam, Ella Shohat; “Unthinking Eurocentrism”. Routledge, 1994.
[8] Saignes, Thierry; compilador. “Borrachera y memoria”. Hisbol. La Paz, Bolivia, 1993.
[9] Albó S.J., Xavier y Preiswerk, Matías. “Los Señores del Gran Poder”. Editorial Alentar. La Paz, Bolivia, 1986.
[10] Manuel Castells, “La Era de la Información”, Siglo XXI Editores, México, 1999.
[11] Robert Stam, Ella Shohat, “Unthinking Eurocentrism”, Routledge, 1994.