lunes, 11 de marzo de 2019

LA REVOLUCIÓN PLEBEYA


La estética chola en la ciudad de La Paz. Bolivia.


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Ejemplo antecesor de arquitectura popular. CVP

En sus paisajes arquitectónicos la ciudad de La Paz fue durante siglos el reflejo de una sociedad de castas excluyentes que, con influencias eurocentristas, determinaron su  morfología urbana. Esta morfología fue superpuesta e impuesta a los escasos vestigios de formaciones urbanas indígenas que existían antes de la llegada de los españoles. Con esa lógica, y bajo diferentes tonalidades, cada estadio de nuestra formación urbana fue una serie de coacciones regulatorias que engendraron un paisaje cultural que aspiraba a la coherencia entre la forma urbana y determinadas clases sociales.

Este equilibrio se mantuvo constante casi tres siglos.  Pero, esa frágil armonía entre una sociedad mayoritariamente indígena y con un mestizaje  muy indianizado sufre a partir de los años cincuenta del siglo XX un cambio radical. La revolución nacional del MNR de 1952 renueva el orden político y revierte  el orden urbano al abrir las compuertas de las principales ciudades a miles de indígenas que estaban milenariamente abandonados en el inmenso territorio rural boliviano. Comienza así la interminable historia de las migraciones campo-ciudad y el paisaje urbano recibe a nuevos actores que poco a poco imprimen su lógica de apropiación del suelo urbano. Por ello, y en un marco de influencias arrolladoras que vienen con la modernidad y los procesos globales posteriores, La Paz y la naciente ciudad de El Alto incorporan en sus estructuras urbanas a los indígenas migrantes estableciendo nuevos oscilaciones que van a gestar nuevos fenómenos en el paisaje cultural paceño. Comienza a nacer la ciudad ambigua y abigarrada que tenemos en estos días.


En ese marco, y a partir de los años setenta del siglo XX, nace en la ciudad una arquitectura de rasgos confusos y delirantes que comienza a presentar sus primeros ensayos en la pendiente oeste, en la llamada zona Chijini, donde radican los comerciantes y contrabandistas de una nueva burguesía popular.  La llamada burguesía chola transforma el perfil urbano de esa comercial zona paceña densificando la masa urbana y concibiendo, de una manera muy peculiar, un mestizaje arquitectónico inédito en la historia de la ciudad. Comienza así, una mezcolanza inaudita  en las construcciones bajo  influencias de occidente y con rasgos nativos propios.

Sin un lenguaje discernible ni organizado, los edificios de la estética chola son una mezcla delirante de colores y detalles que se intensifican con la incorporación irracional y profusa de carteles y anuncios comerciales.  El caos que ese escenario arquitectónico presenta es vital y perversamente vivificante.   El habitante de esas zonas se enorgullece de presentar su mundo perceptual con una teatralidad urbana bizarra y aymara. La Paz y El Alto son en la actualidad ciudades con calles plagadas de movimientos, sonidos y olores.
Difícil de interpretar, la estética chola está tomando todo el escenario urbano. Desde El Alto hasta los barrios residenciales del sur que anteriormente fueron el crisol de formas arquitectónicas asépticas de las clases altas, se impone un nuevo paisaje arquitectónico y urbano.  La estética chola rebasa sus fronteras originales y es, a principios de este siglo XXI, la estética hegemónica de La Paz, por encima de los pocos ejemplos de formato occidental que aún quedan.
Ejemplo antecesor de arquitectura popular. CVP

Esta representación del mundo atávico andino tiene también otros medios de expresión: los medios audiovisuales, la gráfica urbana de lo comercial o la estridencia de la música chicha. En esta sociedad irresoluta nace una nueva forma de hacer ciudad.  La Paz, en todas sus zonas, es un soporte para todo tipo de expresiones que demuestran el carácter eminentemente terciario de nuestra base económica. La mayor fuerza laboral esta ocupada en el comercio formal e informal o en los servicios prestados al aparato estatal.  Por ello, con una incompetente normativa municipal que ha sido rebasada, ambas ciudades son un soporte para mensajes en diversos tamaños y formatos que, sin respetar escalas o funciones, presenta un mensaje polifacético e impreciso. Son ciudades ciudades-collage interminables con una pulsión por expresar todo sin dejar nada a la sutileza o a la interpretación sugerente.  Los paceños y alteños necesitamos un imaginario plagado de mensajes de primer orden. Debemos reiterar nuestras denotaciones y postergar las posibles connotaciones en una  multiplicación exacerbada de mensajes y señales.  Aquí el edificio cartel de Robert Venturi fue realizado, sin temores ni aprensiones, a escala urbana.
Gran Poder. La fiesta popular. CVP

Sin comprender ni digerir a plenitud la modernidad occidental, La Paz y El Alto entraron de lleno a una posmodernidad delirante y como tal, esta nueva formación social es un proyecto inacabado e incomprensible. La estética que la acompaña es la expresión de los nuevos movimientos sociales de la mayor ciudad indígena de América Latina y es una realidad irreversible.  Aunque se resistan algunos grupos nostálgicos de una ciudad liberal de principios del siglo XX, la estética chola es quizás el motor más dinámico que impulsa los nuevos imaginarios urbanos.  Si estos son el resultado de una ensoñación colectiva o de una pesadilla futurista no interesa. Su imparable marcha está socialmente garantizada.


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En ese marco histórico y social se gestó el fenómeno de los llamados cholets o, utilizando una definición personal, la arquitectura chola. Y en una carrera fulgurante es un trending topic universal.

Interior de cholet. Foto RC
Para esclarecer algunos malentendidos que circulan en diversos medios van unas aclaraciones. En primer lugar, este movimiento no empezó en este siglo ni con el presente momento político (el MAS de Evo Morales), ni tampoco es de un solo autor (Freddy Mamani Silvestre).  Este fenómeno tuvo un largo proceso de gestación, que empezó en las zonas populares y comerciales de la ciudad de La Paz allá por los años sesenta del siglo pasado y se instaló en la ciudad de El Alto (vecina a La Paz) para mayor interés internacional. Tímidamente, las construcciones en altura de una emergente burguesía comercial del intercambio en la zona Chijini decoraba sus fachadas con azulejos y colores que vestían a un elemental esquema funcional: pisos comerciales en planta baja y de vivienda o depósitos en los últimos pisos. Con el advenimiento de los regímenes militares, y posteriores gobiernos neoliberales, el proceso de acumulación de capital de estas clases marginales se extrapoló a límites inimaginables. La plusvalía del suelo urbano engordó en esas zonas populares levantando edificios comerciales cada vez más grandes y más desvergonzados. Comenzó la era de la incontinencia en la arquitectura boliviana.
Se debe comprender que ese poder económico siempre se emparentó con el poder cultural de las expresiones folklóricas como la fiesta de Gran Poder, entronizando a una nueva burguesía popular, inédita y potente, con sus propios ritos y protocolos. Dicho en términos políticos: una nueva clase paceña comenzaba a desplazar a las clases tradicionales en un proceso acelerado de movilidad social. La suma de ese poder cultural y  económico necesitaba del poder político. Este fue consumado hace pocos años con el advenimiento de Evo Morales pero, y es muy importante destacarlo, sin honduras políticas y sin necesidad de conjugar ideologías. De esta manera, esta pujante nueva burguesía chola terminó de consolidar el trípode que da sustento a cualquier expresión artística: economía-cultura-política.

Interior de cholet. Foto RC
En ese largo periplo fueron muchos los autores de diversas construcciones que portaban signos que auguraban a los ahora llamados cholets como el difunto padre de origen alemán Sebastián Obermaier. Este cura intuyó la fuerza del estilo Alasita (importante feria paceña de ilusiones y miniaturas) y construyó decenas de iglesias para cambiar el paisaje urbano de la ciudad de El Alto. Con ese atrevimiento arquitectónico el padre Obermaier fue portada del suplemento cultural del New York Times el año 2005. Pero el proceso continuó con muchos autores anónimos y, en este nuevo milenio, el autor más reconocido es Freddy Mamani Silvestre.  Este constructor y arquitecto alteño es una verdadera estrella internacional con más de un centenar de obras delirantes y extremas. Ha presentado su trabajo en diversos escenarios como la Fundación Cartier en Paris o el MET en Nueva York. Ha dado conferencias en mucha ciudades, y ahora es casi imposible lograr una entrevista personal. Con el influjo de este personaje la construcción del paisaje cultural paceño y alteño es de pronóstico reservado. El delirio se ha desatado y nuevas formas y autores aparecen: edificios Transformers, o construcciones bajo el dominio de Optimus Prime. Se mezclan signos provenientes de la cultura local con los héroes y villanos de series o de grandes producciones. La hibridación arquitectónica rompió sus compuertas y todo puede suceder en el nuevo paisaje cultural. Va como cita al margen la última extravagancia: un edificio que lleva una monumental máscara de Ironman.  Por la virulencia de esta revolución plebeya de nuestra arquitectura, cabe la interrogante que debe responder la academia: ¿Será ésta la exultante carnalidad arquitectónica que nos represente en el siglo XXI?

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Como revuelta estética, el fenómeno de los cholets ha generado innumerables debates en el medio andino boliviano y, por supuesto, en el ejercicio de la arquitectura. Puso en el tapete de la discusión términos polisémicos y poliédricos como el de la belleza, el oficio o de la verdad en la arquitectura.

Conjunto de cholets. El Alto, Foto RC
Para incitar más el debate, expresaré mi parecer sobre lo que sienten los paceños y alteños ante la “belleza” (entrecomillada por su plasticidad teórica) de nuestro paisaje urbano y de los cholets.  La mayoría  de estas edificaciones tienen, entre otras, una función clave: los salones de fiestas. La fiesta en el mundo andino boliviano es una ritualidad potente y cimentada en raíces milenarias. Concebir espacios para este uso es un arraigamiento cultural fundamental para entender la vistosa simbología que emperifollan a los cholets tanto en forma como en contenido.  Más allá de la salud pública, la fiesta y el alcohol son temas que la antropología ha estudiado en sus diferentes  facetas y acepciones, y casi todas las tesis aseguran que son elementos fundamentales para entender los mecanismos de asociación colectiva en el mundo andino. Son lubricantes esenciales para los amasijos sociales de las comunidades tanto rurales como urbanas y, por ende, imponen mecanismos de apreciación estética diferentes a cualquier convención occidental sobre el tema.
Cuando los andinos ingresamos a un salón de fiestas de un cholet, a esos espacios pletóricos de detalles y colores como si fueran mesas de pinball invertidas, no nos embarga un vértigo estético nacido de la contemplación ocularcentrista de la estetización occidental. Muy  por el contrario,  se nos convoca a la exuberante festividad andina que se desarrolla en esos interiores. Y, para que entiendan los habitantes de otras latitudes, en nuestro cotidiano vivir los habitantes de La Paz y El Alto participamos en las calles de interminables muestras de celebración y goce dionisiaco: las fiestas folklóricas. Y estas manifestaciones callejeras tienen un calendario con más celebraciones que días del año. Cuando presenciamos una entrada folklórica como la de Gran Poder, a los paceños y alteños no nos vienen depresiones o angustias existenciales ni tampoco estamos ensimismados por la preciosidad. Nos impelen atavismos que nos mandan a saltar bajo el influjo de  esos ritmos y acordes ancestrales. Dicho en otra clave: cuando estamos frente a las expresiones de nuestra cultura urbana no padecemos el síndrome de Stendhal, nos invade un arrebato de festividad corporal. A diferencia del encandilamiento occidental hacia la belleza como un fenómeno externo y ocularcentrista,  los andinos gozamos la expresión corpórea, visceral, y plena de carnalidades en cada una de nuestras manifestaciones del arte popular. De ahí que, feo o bonito a la usanza occidental, es algo que no interesa ni interpela a las expresiones de una sociedad de incontinencia expresiva como la nuestra. Estamos en la línea de una corporeidad antepuesta a la razón, de vísceras superpuestas a los pensamientos, tal como pregonan algunos filósofos actuales como Michel Onfray.  Esta línea estética, expresada como una “carnalidad arquitectónica” en los cholets, es quizás un punto de partida para comenzar a entender y reflexionar sobre el nuevo paisaje cultural que se forma en las ciudades de La Paz y El Alto.

Gran Poder. La fiesta popular. CVP
Por todo ello, es una tarea urgente encontrar en digresiones de nuevo cuño las bases para superar la  curiosidad universal hacia los cholets. Debemos encauzar desde los Andes centrales las acciones para la construcción de un sentido estético plural, pagano y lúdico. Es decir, debemos cimentar una teoría que respalde a esta revolución plebeya superando el elogio desmedido que brota del ombligo o de la condescendencia, benevolente y jesucristiana, del norte.