lunes, 21 de julio de 2008

CASA CRESPO


VISTA GENERAL
PLANTA BAJA

PLANTA ALTA DE INGRESO
ELEVACION
BOCETO CONCEPTUAL
INTERIOR PLANTA ALTA

VISTA DIURNA
VISTA NOCTURNA


La casa Crespo es una obra de 210 metros cuadrados, para un historiador de arte y su familia, que se encuentra en un montículo de la ciudad de La Paz, Bolivia, ubicada en las alturas andinas a 3600 metros sobre el nivel del mar.  Esta ubicación privilegiada por su altura, con vista hacia la ciudad y la meseta de El Alto y con orientación norte hacia la pendiente, ha permitido desarrollar una idea fuerza: un recorrido que, desde el ingreso, paulatinamente se desprenda de la tierra atravesando la casa en un puente, como una entrega humana hacia el valle andino.

La casa es un paralelepípedo de dos plantas que se acristala hacia la vista y se cierra en su pared sur.  Se accede a la casa por el puente (de cristal en su piso y barandas) hacia la planta alta donde se ubican las zonas sociales y de recepción en un recorrido que comienza por generar sensaciones de levedad y vuelo. Al ingresar a la casa el protagonismo principal esta dado por el paisaje, duro e impactante de la ciudad en el valle andino, que se abre en todo el ventanal de este nivel a los pies del visitante.  Así, la arquitectura deja paso a la naturaleza. En la planta baja se tienen los dormitorios con sus servicios, que tienen la misma vista que el nivel superior, y están sobre la terraza que se prolonga hacia un espejo de agua que refleja la luminosidad e intensidad de la atmósfera andina, en el día y la noche.  En el sector del entrecruzamiento, con el puente, la casa tiene una doble altura que jerarquiza el pequeño estar familiar.   

Este breve programa y su reducida escala se desarrollaron en una arquitectura de respeto al sitio natural, por la clara idea de la escala del proyecto que tenía el propietario el cual privilegiaba la calidad del espacio antes que el tamaño desmedido de una casa.  Por ello, sobre un terreno de casi 900 metros cuadrados, se pudo prolongar la sensación de fugas del volumen hacia las áreas exteriores con volúmenes y elementos que afincan el proyecto sobre la tierra. 

sábado, 24 de mayo de 2008

SALAR SOLAR LUNAR

Salar de Uyuni. Bolivia.

A Gastón Ugalde, infatigable viajero del blanco y de la nada.

Conocer el Salar de Thunhupa, más conocido como de Uyuni, es un viaje inolvidable por uno de los paisajes, sin duda alguna, más bello del planeta. Sentirse literalmente un microbio y dejarse abrazar por esa blanca inmensidad reconforta el espíritu. Recorrer sus bordes informes donde se conjugan la sal y la tierra o llegar a sus islas donde te aguardan milenarios cactus fantasmales, es una experiencia imborrable en tu vida. Con la inevitable costumbre de retener en imágenes los viajes, miles de visitantes nacionales y extranjeros cargan sus cámaras, sofisticadas o sencillas, y se solazan sintiéndose artistas con el más fotogénico de nuestros lugares. Comentaba con sorna que no existe viajero que tome malas fotos en el Salar. Es que es mucho paisaje para cualquier visitante sea este un artista profesional o aficionado. Con cámara o sin ella, la travesía por el desierto de sal más grande del mundo se presentará siempre como una experiencia hermosa y energizante.

Pero aquí no quiero relatarte de la manera universal en que te emociona cualquier viaje, donde bellos paisajes o grandes realizaciones del genio humano te impactan; sino que, deseo compartir algo maravilloso que puedes experimentar en ese desierto albo que por bondad de los dioses tenemos la dicha de poseer los bolivianos de este lado de las montañas. Existe una hora mágica en el Salar de Thunhupa, cuando cae el sol y se levanta la luna, que debes presenciar alguna vez en tu vida. La fantasía se entroniza y al conjuro de luces contrapuestas la atmósfera se llena de brillos rosáceos y azulinos y se gesta un espacio irreal donde respiras otro aire, hueles otros aromas sutiles y vives “en vida” la experiencia de una realidad totalmente unificada en tu alma. Es la hora en que el Salar se carga de energías sublimes. En esos inenarrables minutos levitas en un no-antropocentrismo, donde tu Ser y Estar comienzan a fluir y sientes, aún con vida, experiencias que te esperan más allá de tu existencia. Imagínate semejante regalo divino. Imagínate tamaña dicha y júbilo entregados a un mortal: en esa “noche diurna” o si prefieres en ese “día de nocturnidad” te reúnes contigo y con la totalidad, en un aura fosforescente e infinita.

Los andinos tenemos la dicha de vivir esta experiencia maravillosa donde el imponente silencio y la magnifica soledad acompañan a esa atmósfera divina y eternal. Por unos instantes, sientes a la muerte en vida. Enorme experiencia sólo destinada a los dioses que es brindada generosamente por nuestra naturaleza a los indignos mortales; una rarísima excepción: nos cedieron una inmensa puerta sensorial para traspasarla y vivir dentro la alegría por lo que ves y sentir la amarga impotencia a que te somete el vacío. Tras el umbral, el aire esta cargado de presencias y de extraños sentimientos de haber estado ahí. Por tan brutal experiencia, debes buscar desesperadamente tus coordenadas espirituales para gozar del espacio multidimensional como experiencia real. Es la hora mágica en que el sol se va a descansar por un tajante perfil negro augurando el ciclo y, por otro lado, una luna llena se alza altiva en un horizonte oriental teñido de rosado carmesí. Ahí, en el espacio sin límites ni tiempos, se reúnen el dios sol y su consorte luna, el día y la noche, el ocaso y el naciente, el hombre y la mujer. Suspendido en la nada que por primera vez se te manifiesta, te rindes ante la evidencia de premoniciones y sospechas. Agobiado percibes que tus antepasados descansan ahí; entierras en los pentágonos de sal a tu ego y gozas de ese levitar en la muerte. Bajo esa fosforescencia indescriptible, no puedes reconocer a la atmósfera que te rodea, de pronto se torno celestial plena de luminosidades y brillos inefables, de colores sutiles y etéreos; estas por fin, en un inmenso paraíso multidimensional. Debes caminar por unos minutos hacia la luna, levitar de la tierra y entrar por esa puerta. Comenzarás a despreciar tu cuerpo y a tu vestimenta, tan torpes y tan vulgares; tan indignos de estar ahí. Ver, bajo esa fantástica aureola, a los homúnculos que te acompañan es como mirar sombras negruzcas que rebosan inexplicablemente de soberbia y petulancia.
Ahí pensé en nuestros múltiples mitos y me regocijé con mi postura pagana. Con ese acto de sanación de la hora mágica, comencé a imaginar una breve historia que comenzaría así: “Dicen los viejos que cuando alguien muere su alma vuela dichosa por los aires que soplan en las montañas y cae vertiginosa en el Salar de Thunhupa para transformarse en partículas mellizas de sal y leche,…de tantos viajes y gestaciones se cubrió el desierto blanco más grande y bello del planeta…”. Y esta breve historia continuaría insistiendo en que el cielo y la tierra son una unidad y que están aquí contigo unificados eternamente y que por ello, no esperes bendición alguna y menos del mortal entronizado, a cambio de tu alma. La naturaleza sana, y si me crees ve al Salar de Thunhupa en luna llena y espera la señal cuando los dioses se miran y te permiten entrar en esa dimensión sublime.

Ese instante, por gloria de nuestra Pachamama, no estas en la tierra y tienes la certeza que la muerte no es el fin sino el inicio de ser partícula de leche y sal. Sientes que descansarás en el pentágono que te corresponda, en la plenitud y el júbilo del espacio de los espacios, donde Thunhupa te cuidará por siempre.

sábado, 22 de marzo de 2008

MUSEO NACIONAL DE ETNOGRAFÍA Y FOLKLORE

El proyecto de ampliación del Museo Nacional de Etnografía y Folklore fue concebido y construido entre los años 2000 al 2007. Conocido como MUSEF XXI, esta ubicado en el centro histórico de la ciudad de La Paz, en Bolivia, y comprende la reposición de la primera crujía hacia la calle Ingavi para biblioteca, un patio cubierto para relacionamiento funcional y de acceso, un bloque menor para el centro de información audiovisual, una torre de cinco plantas con salas y ambientes de gestión administrativa, y dos sótanos para servicios y depósitos.
Esta estructura nueva se integra a la casona Villaverde, patrimonio histórico del siglo XVIII, logrando recorridos internos entre los patios existentes evitando para el visitante, la presencia de los bloques y la torre. Alrededor del patio contemporáneo, que esta resuelto con un piso de bloques de vidrio, se genera una circulación entre las salas temporales y permanentes con ascensores de público y una escalera monumental que se desarrolla en todo el espacio.
Esta arquitectura de integración representa la reutilización, en lenguaje actual, de motivos espaciales y arquitectónicos de nuestro patrimonio histórico, renovando así el concepto museográfico y generando diversas actividades culturales en el patio contemporáneo.
Musef XXI. Planta baja.
Musef XXI. Planta segundo nivel.
Musef XXI. Corte transversal.
Musef XXI. Vista desde el corredor interno.
Musef XXI. Sala de arte plumario.
Musef XXI. Iluminación del patio contemporáneo.
Musef XXI. Escalera monumental.
Musef XXI. Vista del patio contemporáneo.





MUSEO NACIONAL DE ARTE

El proyecto de ampliación del Museo Nacional de Arte de la cuidad de La Paz en Bolivia, fue realizado el año 2004 en equipo con los arquitectos José de Mesa y Teresa Gisbert, autores de la primera restauración a la casona patrimonial el año de 1970.
La nueva ampliación es mixta en su intervención tanto en trabajos de restauración como de arquitectura de integración. En esta ampliación se anexó la casona contigua generando un patio de exposiciones con bóveda acristalada y recuperando la primera crujía sobre la calle Comercio, con salas de exposición temporal y de arte contemporáneo en ambas plantas.
Esta ampliación comprenderá anexar, en un futuro próximo, la casa conocida como la Villa de Paris para una escuela de restauración, tal como se describe en el plano que se presenta.

Museo Nacional de Arte. Vista general del patio cubierto.
Museo Nacional de Arte. Detalle de la bóveda acristalada.
Museo Nacional de Arte. Sala temporal restaurada.
Museo Nacional de Arte. Sala de arte contemporáneo.
Museo Nacional de Arte. Detalle de la escalera.
Museo Nacional de Arte. Ampliación en planta baja.
Museo Nacional de Arte. Ampliación en planta alta.
Museo Nacional de Arte. Ampliación con la Villa de Paris.









martes, 5 de febrero de 2008

CARTA AL FUTURO ARQUITECTO

Hace poco leí una sentencia terrible. L. E. Boullée sostenía que “Dios castiga a los pueblos haciendo desaparecer a sus arquitectos”. La cita me recordó con perversidad a nuestra ciudad de La Paz[1], a su arquitectura y a sus arquitectos. Como no me gusta esta condena, me permito escribirte sobre las cualidades que debes cultivar para sobrellevar el oficio de la arquitectura, esa ocupación que, como ya sientes, es tan hermosa como ingrata y tan deseada como esquiva.

Mi encuentro con el oficio de la arquitectura, ha sido un recorrido largo, solitario y muy complejo ya sea por mis propias limitaciones iniciales, por la incapacidad de mis docentes o por la mezquindad de los consagrados que conocí. Por esa experiencia, no quiero reservarme pequeños secretos y te escribo esta reflexión para que puedas conservar intacto tu espíritu, porque el oficio de la arquitectura te consumirá sin clemencia. No pretendo escribirte del cómo hacer arquitectura, eso es para los que se creen docentes, solamente te revelo unas claves para aguantar a la más bella e ingrata de las artes.

Lo primero y más importante es tener creatividad, es poseer esa facultad innata que te hace diferente a los demás y en algún momento de tu vida te das cuenta que eres un transformador positivo y lúdico de lo que te rodea. No soy un arquitecto demagogo que cree en la “democracia morbosa” de innumerables masas de creadores. Soy de los pocos que sostienen que la belleza no es relativa y es, más bien, despiadadamente absoluta. Ella encuentra en múltiples sendas, variadas expresiones que son válidas en cualquier tiempo y para cualquier raza. Pero, debes aceptar que la creatividad no la aprendes y sólo si la tienes, la desarrollas; y para ello, te aconsejo que cultives la doble contemplación. Por un lado debes reconocerte a ti mismo, saber quién eres con una genuina contemplación interna. Este ejercicio auto contemplativo, no es una receta de un libro de autoayuda, es el reconocimiento pleno del artista que llevas dentro, ya sea como un artista saenziano[2] o si prefieres, como una beata mojigata pero creativa. Reconocerte te ayudará a no vivir sólo para lo externo o para la fachada, te ayudará a encontrar esa línea genuina que, partiendo de las entrañas, encontrará naturalmente su expresión externa. Con esa introspección podrás ver a la ciudad con sensibilidad y sentirás muy claramente el castigo divino; percibirás que las construcciones no nacen de las entrañas y sólo son muestras de figuraciones externas y propias de una sociedad de mercachifles. Con ese ejercicio auto contemplativo sentirás que las obras nacieron muertas, sin espíritu interior, en suma, sin un verdadero arquitecto.
La segunda contemplación que te aconsejo es la externa, aquella que te ayuda a ubicarte en tu mundo natural y social. Esta es una facultad que, a diferencia del “análisis del entorno”, de la mirada a la revista de arquitectura de moda, o de la fijación babosa a la pantalla del ordenador, es esa mirada sensible que reconoce sin ambages el destino de nuestras obras y su responsabilidad en este sitio y en este tiempo. Es aquella contemplación que recoge el espíritu del lugar, que se funde en él y es capaz de motivar un gesto arquitectónico como un tributo de un mortal entre el cielo y la tierra.

Lo segundo, y también muy importante, es tener pasión; aquélla desmesurada vehemencia que le mueve a Jean Nouvel a afirmar que: “por mi arquitectura yo mato”. No conozco buen arquitecto que no sea un apasionado despiadado de su obra. La arquitectura no es oficio de timoratos ni de pusilánimes. Por eso, debes desarrollar una afición vehemente a tu trabajo y a tus ideas; debes estar siempre por encima de tus docentes y tus referentes; debes enjugar la baba por los arquitectos del exterior y empezar tu carrera con un alboroto de ánimo que te haga trabajar el doble de las exigencias y te impulse mas allá de los límites de la propia arquitectura. Sé por experiencia propia que encuentras más pasión en los textos de los literatos y de los artistas antes que en los libros de los arquitectos; quizás sea porque a nosotros nos consume el temor de los desapasionados y el miedo de expresar nuestras ideas y conceptos sobre el arte y la belleza.

Y por último, debes tener un carácter indomable, de una firmeza y energía inagotables porque la arquitectura es arte de viejos. Para llegar a la edad requerida debes superar infinidad de sinsabores y rechazos. En un medio donde los arquitectos hemos desprestigiado el oficio, necesitas mas reservas de insistencia que nunca. Recuerdo la película “Carácter” del holandés Van Diem. En ella, el protagonista debía superar los infinitos problemas que le imponía su padre, que era un verdadero hijo de puta. Al final de la película el viejo infeliz, de tanto fregar y machacar es asesinado por su propio hijo, quién ve absorto como su padre muere con una sonrisa de satisfacción al reconocer que su vástago era tan capaz de llevar adelante sus cosas que podía cargarse hasta el mismísimo progenitor. Eso es tener carácter.

Tus problemas académicos son nimiedades frente a lo que tendrás que lidiar en tu vida profesional. Si tu ley es la del mínimo esfuerzo declárate ahora burócrata o súbete al tren de algún asqueroso partido político, pero deja de denigrar a la arquitectura como lo han hecho ya varias generaciones. De ti depende que los dioses nos perdonen...

Carlos Villagómez

El texto original es del año 2003. Esta es una versión actualizada al 2008.
[1] La Paz, es la sede de gobierno de Bolivia y, a la fecha, una de las ciudades bolivianas más deterioradas y depauperadas.
[2] Término que define a los seguidores de Jaime Sáenz, el “poeta maldito” de la ciudad de La Paz.

martes, 29 de enero de 2008