Hace más de cincuenta años visito la Alasita. Admiré casi todas
sus versiones gozando del ingenio y la maestría de sus artistas, y también, protestando
por los extravíos del consumismo.
Sin embargo, la Alasita ha crecido. Es una institución poderosa dentro
del imaginario urbano paceño por sus múltiples creaciones. Antes como
estudiante y ahora como arquitecto me
detengo en los locales de casitas para aprender con esos ejemplos que son un
referente de los gustos y las tendencias de la arquitectura popular paceña. Y
esas obras han evolucionado en dos aspectos. Primero de escala. Antes se
presentaban pequeñas casas coloridas que ilusionaban a los compradores: la “casita
de ensueño”. Después, con el arribo de la construcción en altura (iniciada en las dictaduras militares y que continúa
boyante), se privilegian los edificios
comerciales; es decir: el negocio inmobiliario. El segundo cambio es de
material. Añoro las casitas de yeso de antaño y no me gustan las nuevas
versiones hechas de vidrio reflejante mal trabajado.
Lo que no ha cambiado es ese gusto por la estridencia, el color y
la mixtura que son tan propios de la construcción popular. Es una persistencia
estilística que nos anima a decir que la Alasita es el germen de los actuales cholets, edificios cuyos autores son famosos internacionalmente como nunca antes en
nuestra historiografía arquitectónica.
Y de ese proceso he escrito con ironía. En un inicio bauticé el fenómeno como arquitectura chola, y posteriormente, arquitectura cohetillo. Ambos epítetos
causaron salpullido en mentes acomplejadas y prejuiciosas. Prefieren denominaciones
descafeinadas, sin gracia, para nombrar esta expresión paceña. Pero, por la
Alasita, puedo afirmar que los cholets
son una creación colectiva y sostenida en el tiempo. Un arte popular que fue
alimentándose de múltiples fuentes y con variados autores. No hay que olvidar
al padre Obermaier, o a la burguesía paceña que aportó con su zafarrancho
posmoderno. Por ello, Freddy Mamani debe ser entendido como el pináculo, muy
merecido por cierto, de todo ese proceso. En una frase mordaz: la guinda sobre el pastel.
Tampoco este estilo llamado (inapropiadamente) “neoandino”, nace
con el actual momento político. Los partidos políticos son duchos a la hora de
apropiarse de la creatividad social. Basta recordar al MNR y el usufructo al muralismo
del grupo Anteo. El arte se anticipa a la política con lucidez y armonía. Y,
como en esas casitas de Alasita, es más transversal que los discursos y los
slogans. Atraviesa la fiesta, la música, la danza para venderte en enero el
edificio de tus sueños, ese que revienta con “piel, ritmo y fantasía”.