martes, 18 de agosto de 2015

ESPACIO RITUAL



Si un fin de semana estás podrido de la ciudad y de tus problemas te recomiendo que tomes el camino a La Cumbre. A escasos minutos del lugar, donde muchas familias paceñas van a ch’allar, está el Espacio Ritual de Francine Secretan.
Es uno de nuestros sitios mágicos. Una de las más importantes apachetas de nuestro territorio. Un portal que divide dos mundos. El umbral natural entre el altiplano seco y frío y el oriente ubérrimo.

Chuquiago y Yungas se marcan en ese hito con una sencilla cruz lugar de ofrendas y pagos a la Pachamama. Junto a esa cruz centenaria están Maya y Paya, dos esculturas en metal pintado rojo que marcan el ingreso al Espacio Ritual.  Esas figuras encarnadas son la señal del camino a esa monumental obra que está un poco más arriba, a escasos diez minutos, y a unos 4.800 metros de altitud.

En una extensa cima están diseminadas una docena de esculturas de gran formato de la artista boliviana. En la más parca soledad andina, que nos impulsa a la introspección y reflexión de un mundo aymara no contaminado, se encuentran las esculturas distantes y apartadas. No hay nadie. Sólo te acompañan las figuras que debes verlas, tocarlas y gozarlas en un lento y pausado caminar. No hay ruido urbano. Sólo escuchas el rugir del viento que, a esas alturas, golpea inclemente. No hay  ruido visual. Sólo ves la inmensidad del paisaje, rodeado de una potente montaña de un negro cenizo y de múltiples tonos de ocres y tierras de unos ásperos macizos que, a lo lejos, cobijan dos lagunas. No se mueve nada. Sólo las nubes que llegan del trópico y se baten violentamente contra esa cornisa natural en un desenfrenado baile al borde del abismo. Ahí, en medio de la nada, se levantan orgullosas pero respetuosas, las obras de metal colorido y piedra de la artista sobre unos pedestales de hormigón con motivos e incisiones de nuestra iconografía.  

Sea por medio de un merodeo despreocupado o de una profunda contemplación, el Espacio Ritual de Secretan y la naturaleza divina entablan un diálogo que  te llena el alma, te reconforta el espíritu y te reconcilia como ser de estas montañas. Es arte que, por un lado, invita a esa catarsis y, por otro, reúne a muchos paceños y paceñas a ch’allar en sus basamentos como en cualquier huaca o apacheta alcanzando el ideal de Colombres de un arte latinoamericano que recupere la religiosidad ligada al objeto artístico.
Si visitas el Espacio Ritual, tendrás un momento de paz espiritual y desdeñarás tus vicisitudes urbanas. Y, lo más importante, te reconciliarás con un arte preñado con  propuesta estética y postura ética. Un arte que, honestamente, todavía trabajan algunas artistas en Bolivia libres del mundo bobalizado y de su necio mercado.