miércoles, 26 de febrero de 2020

ARQUITECTURA Y CINE



Cartel de la película boliviana CHUQUIAGO de Antonio Eguino.


La arquitectura y el cine comparten muchas cosas.  La más importante: su representatividad en las artes contemporáneas.  El historiador alemán Eric Hobsbawm definió al cine y la arquitectura como las artes más idóneas para la modernidad en su breve ensayo A la Zaga.
Existen quienes discrepen sobre ello pero, nada nos emociona tanto como ver a Chaplin, o nada nos enerva tanto como vivir en una mala  arquitectura.  A esa potente facultad que tienen la fábrica de sueños y ese montón de ladrillos y cemento debemos sumarles que somos millones en el planeta que vemos cine y todos habitamos arquitectura y ciudad.  Por ello, bien ejecutados, son artes de masas.  A un vernisage de arte pictórico o conceptual asisten a la galería algunas decenas de personas, para un recital poético una docena. Para El Rey León (una maravilla visual) la cola da vuelta y media al manzano y explotan las arcas.

Arquitectura y cine son, junto a la música, artes mayores (con el perdón de los amigos  artistas o diseñadores). Son medios artísticos de mayor complejidad estructural en contenido y ejecución, cuya concepción y factura son tareas arduas y precisan de un manejo maestro, obsesivo y tenaz.  El gran público levanta o aplasta una obra de cine o de arquitectura sin miramientos. No hay medias tintas como para otros medios artísticos. Pero, entre cine y arquitectura existe un matiz. La crítica escrita o televisiva  concede diferencias en el trato. No sé cómo los cineastas lograron que la prensa los trate con cariño y, ante esperpentos cinematográficos evidentes, declaran que fue “un loable esfuerzo de un creador comprometido”. A los arquitectos ni agua.

Aparte de ello, ambas artes precisan de múltiples agentes y medios para hacer realidad una obra.  Un cineasta o un arquitecto necesitan de un equipo multidisciplinario y de importantes medios materiales. Es vital para construir o filmar correctamente un eficaz acompañamiento, una producción solvente e inteligente, y otras complejidades propias de un arte aplicado. Baratito no sale, lo sé.

En el cine y en la arquitectura de Bolivia tenemos, además, incapacidades personales manifiestas. Menciono algunas: la falta de dominio del lenguaje y la ausencia de un guión penetrante. En ambas disciplinas, se percibe la falta de ideología entendida esta como una fuerza creadora o un pensamiento rector; y el manejo del lenguaje artístico es un aprendizaje largo y mortificante. Quienes practicamos esos oficios sabemos que nos falta más de una vida para lograr satisfacer nuestras pretensiones estéticas y, seamos honestos, un montón de cosas más…