miércoles, 8 de mayo de 2013

HORROR VACUI



Tenemos una manera de expresarnos que es exuberante, pletórica, excesiva y grandilocuente. Todo lo llenamos, todo lo atiborramos, todo lo atestamos. No podemos ver una superficie vacía o blanca que inmediatamente la rellenamos o la coloreamos. El vacío nos angustia, nos oprime el alma. Tenemos el síndrome llamado, en latín, horror vacui: el temor al vacío.
En nuestras obras artísticas o de diseño se nota esa tendencia a la exageración formal, a utilizar demasiados elementos, con una mixtura de colores encendidos, cargando todo el espacio y sin lugar a los vacíos. El diseño paradigmático de nuestro horror vacui es el escudo nacional que tiene todas las alegorías posibles del reino animal y vegetal, del fragor de la guerra y todo lo que paso por la mente del republicano que, en el siglo XIX, tuvo la responsabilidad de concebirlo. Paralelo a ese sancocho patrio, tenemos hoy en día las invitaciones que circulan entre los fraternos del Gran Poder, todo un ramillete plurimulti de imágenes colorinches.
Llegamos a esta condición por un proceso largo y tortuoso de aculturación que arribó de occidente (el barroco español a rajatabla), que se mezcló con un ancestro cultural que tenía (y tiene aún) una particular vertiente asiática. Pero, con una mirada sensible a la herencia precolombina de la arquitectura y de los textiles andinos, podemos convenir que éramos mucho más finos y discretos.
Con ello en la tutuma, construimos hoy en día nuestra ciudad y su arquitectura. No concebimos minimalismos asépticos que nacen de creencias zen o luteranas o calvinistas y edificamos la ciudad sin dar un respiro a la mirada: edificios y bodoques en altura por doquier, casitas y casonas amontonadas aquí y acullá, letreritos y gigantografías tapando toda la naturaleza posible, mercados y puestitos comerciales en todos los espacios públicos posibles, etc. Todo está lleno, colmado y sobresaturado en esta ciudad. No se libra ni la limpidez del cielo paceño, lo llenamos de cables, de bullicios estridentes y de otras porquerías que lanzamos por el aire.
No damos respiro al ser humano en La Paz. Debemos amontonarnos a extremos insoportables.  Valga el ejemplo de moda: en una zona altamente densificada como Bajo San Antonio decidimos construir un enorme hospital en el único espacio público de ese barrio. Con la misma tozudez de ayer declaramos que no hay-no existe-no puede haber otro sitio posible. Es el mismo tonillo de los responsables del teleférico.
Donde creo que ya no hay más espacio es en nuestras cabezas. Ahí se cerraron todos los espacios posibles. Con el horror vacui (que pervive en nuestro ser) y con la politiquería barata (que nos joroba en nuestra televisión),  se nos bloquearon todas las neuronas.