sábado, 23 de septiembre de 2017

MEMORIAS DE DISEÑO

Cartel para Seguridad Ciudadana
Si hace 50 años me hubiera imaginado en lo que se convertiría el diseño gráfico quizás atendería muchas cosas que, por inocencia o desidia, las deje pasar. La más importante de ellas: conservar los testimonios de ideas y trabajos de toda una época. Ahora, el diseño es una actividad que marca el signo de estos tiempos, se ha transformado en una máquina al servicio de la llamada “economía naranja” o del capitalismo “transestético”, y miles de estudiantes aspiran a un lugar en la academia o en el mundo profesional. El diseño está en todas partes. Es una entidad omnipresente, es casi un dios sin tiempo ni espacio.
Comencé a finales de los años 60 en compañía de mi amigo Rolando Aparicio cuando empezábamos la carrera de arquitectura. Aficionados al arte, la cultura y la fotografía pudimos acceder a algunas publicaciones que hablaban de ese original oficio: la revista MD y la alemana Novum Gebrauchsgraphik. El diseño gráfico no se conocía en esta sociedad y se buscaban simples dibujantes que realicen “emblemas” a tinta china para las empresas e instituciones.  En la ciudad de La Paz de esos años (una ciudad a escala humana, amigable y bella) no existía un mínimo de conocimiento de esas nuevas profesiones.
Un día llegó nuestro primer encargo: el logotipo para una empresa de pilas o baterías llamada Lupi. Realizamos en cartulina simple, tinta y un precario uso del Letraset dos opciones que fueron aceptadas. Recibimos nuestra paga y con ella la certeza de que esas habilidades podían ser remuneradas. A partir de ese momento, seguimos como diseñadores pioneros cada cual con sus  trabajos particulares pero alternando esa pasión con nuestros otros apasionamientos: la arquitectura y la fotografía.
De esas épocas recuerdo los encargos de mi tío Antonio Paredes Candia para las portadas de su Editorial Isla. De ellos, rescataría la portada del libro Kollasuyo de mi abuelo Rigoberto Paredes. En ese trabajo recurrí a figuras, colores y grecas abstrayendo nuestro antepasado precolombino de las láminas del gran libro de Posnanski.

Posteriormente ya en 1970, a los 18 años, participé en un concurso para el diseño del cartel para el Primer Congreso de Arquitectos de Bolivia. Lo gané con una propuesta de una serie de perfiles de casas multicolores siguiendo los tonos del arco iris sobre fondo negro y con letras blancas, tipo Helvética del bendito Letraset, que llegaba a cuenta gotas a una librería de la calle Potosí (ahora busco con insistencia copias de ese primer cartel). Con ese aval, y con mis entrañables amigos de la Facultad, pudimos construir el mural de la testera de ese revolucionario evento. Eran épocas de cambio e ilusión por una nueva sociedad con la idea de transformar las ideas en imágenes gráficas, carteles, logotipos, portadas de libros, memorias de instituciones y otros.
Imagen recortada del 
cartel original de 1970
A principios de los años 70, mi padre forma con unos amigos la empresa Vox Publicidad que fue importante para mi producción gráfica por dos motivos. Por un lado, y paralelo a mi formación como arquitecto, me mantenía en continúa producción las más de las veces sosa y funcional aunque también con otros productos de interesante factura. Por otro lado, me permitió contar con un laboratorio oscuro y equipo como ampliadora fotográfica, la offset Repromaster,  cámaras Mamiya 6x6, Hasseblad 500CM, y la endiablada tituladora Striprinter que casi me deja ciego.
En esa época gané el concurso para el logotipo del CBA modificando una tipografía con  líneas continuas y dinámicas que reflejan el carácter dinámico de un idioma universal.

Menos neófito y con más conocimientos conocí a otros diseñadores y fotógrafos que también estaban en la ruta: Gastón Ugalde, Roberto Valcárcel, Omar Trujillo, Alfonso Barrero, Felipe Sanjinés, Efraín Ortuño, Sol Mateo y, sobretodo, a Matías Marchiori. Un día de 1973 se presentó Matías a la empresa y en una breve amistad comprobé su talento y creatividad. Era la primera persona que conocía con estudios académicos en diseño realizados en su natal Argentina y eso se patentizaba en la calidad de sus trabajos y su impronta creativa. Por esa razón, ya en esa época le interpelaba con la importancia de ver la gráfica del mundo popular (un motivo personal de constante estudio). Discutíamos, embrionariamente, como proyectar a partir de esa experiencia colectiva. Posteriormente, Matías partió a Santa Cruz y se dedicó particularmente al teatro compartiendo esa pasión con trabajos de diseño. Matías falleció en esa ciudad. Creo, sin temor a equivocarme, que Marchiori era el más talentoso diseñador de esa época en Bolivia.
Diseños varios años 70 y 80
De varios trabajos personales que realicé por esos años rescato las portadas que me solicitaba Alfonso Gumucio D. para su vasta producción bibliográfica, basados en collage de fotografías “reviradas” y superficies de color; las memorias institucionales de la Minería Mediana que aceptaba con beneplácito el amigo Raúl España; y los logotipos, trípticos y tarjetas de fin de año que creaba libremente gracias al apoyo incondicional de Gonzalo Montenegro a la cabeza de la institución IBEE. 
El mundo de la música fue también motivo de diseños. El año 1975 el grupo Wara llegó a la empresa Vox para hablar con mi padre acerca de su logotipo. Y sobre la base de una idea tipográfica de Omar Trujillo (fotógrafo y diseñador boliviano radicado en el exterior), realicé un redibujo de sus líneas con una proyección perspectivada que le otorga fuerza telúrica y espesor lítico al logotipo. El grupo tenía tal relación con mi padre que llegaron a tocar en casa en una inolvidable sesión familiar e íntima, una noche mágica. De igual manera, pero en otra clave, Adrián Barrenechea me confío la realización de varios de sus discos de vinilo como Anselmo. Ya por los años 90 el Colegio de Arquitectos organizó las ferias Expotec convocando a concursos de carteles. Gané el primer premio en dos oportunidades en los años 1991 y 1992.

Toda esa época fue de una intensa búsqueda con tecnología exigua pero con una voluntad creativa que fue, poco a poco, destronada por la llegada de la revolución digital. En ese entonces, conocí a la familia Vega, particularmente a Juan Carlos y a Sergio, que a la postre se transformaría en un compañero en las rutas del diseño hasta el día de hoy. Sergio es actualmente uno de los mejores diseñadores de Bolivia. Ellos tenían el conocimiento de la tecnología Mackintosh Apple más que ningún otro diseñador en esta ciudad. Con Juan Carlos comenzamos, de forma pionera, el dibujo digital de proyectos de arquitectura en La Paz con el programa Minicad.
De esa época, y por una relación de amistad con el grupo Loukass que comenzó en las oscuridades del inefable Socavón, realicé su logotipo con la ayuda digital de Juan Carlos, con una deformación tipográfica de una imagen paradójica de dos eses como serpientes-espermatozoides y una rama que no permite equívocos. Se buscó  connotar algo funny y perverso. Con ese diseño se trabajó el CD Akasa.
Ya con los recursos digitales plasmé diversas portadas para libros como las realizadas  para  Ximena Arnal.  Con ella,  Sergio Vega y Rubén Vargas, creamos el año 1993 un proyecto literario-arquitectónico-artístico que tuvo tres publicaciones, la revista Piedra Libre. Modestia aparte, es una de las mejores producciones del mundo editorial que se han realizado en este país. Entre los logotipos efectuados, y junto  los trabajos de arquitectura de integración, esta el del MNA que con un pictograma representa la arquería del patio de tan importante edificio patrimonial. Es un placer aparte diseñar edificio e imagen juntos.

En la actualidad ya con recursos digitales mínimos he diseñado, entre otros carteles, para eventos como el FestiJazz y para algunos programas académicos de la Facultad de Arquitectura y Artes de la que soy docente emérito hace 33 años.


Cartel para el FestiJazz 2017
En estas memorias de casi 50 años todo ha cambiado. Muchas personas llegaron del exterior con formación académica y, en algunos casos, con la soberbia provinciana del “diseñador contemporáneo” conocedor de múltiples recursos tecnológicos.  Ahora son muchos los programas y múltiples las plataformas de diseño; miles los estudiantes y decenas las facultades e institutos de formación; y ya existen en esta ciudad eventos de transcendencia internacional. Vivimos la vorágine del diseño que entremezcla los  mundos real y digital. Se han borrado las fronteras entre creadores y público, y en esta democracia morbosa del diseño, todos somos fotógrafos y diseñadores.
En ese panorama confuso, pero provocativo, sigo en la ruta aunque debo confesar que la pasión está en indirecta proporción con el desarrollo tecnológico. Quizás sea un reflejo personal, pero siento que los diseños actuales han perdido el aura que tenía hace décadas, cuando era una reverberación mágica alrededor de un oficio casi artesanal, asistido por el rock, la emulsión fotográfica, tu dibujo, y algún que otro artilugio.

Carlos Villagómez Paredes
abril 2016

PS. Estos testimonios serán ampliados en la medida que la memoria se afine y aparezcan, milagrosamente, los diseños del pasado.