Cartel para Seguridad Ciudadana |
Si hace 50 años me hubiera imaginado en lo que se convertiría el
diseño gráfico quizás atendería muchas cosas que, por inocencia o desidia, las
deje pasar. La más importante de ellas: conservar los testimonios de ideas y
trabajos de toda una época. Ahora, el diseño es una actividad que marca el
signo de estos tiempos, se ha transformado en una máquina al servicio de la
llamada “economía naranja” o del capitalismo “transestético”, y miles de
estudiantes aspiran a un lugar en la academia o en el mundo profesional. El
diseño está en todas partes. Es una entidad omnipresente, es casi un dios sin
tiempo ni espacio.
Comencé a finales de los años 60 en compañía de mi amigo Rolando
Aparicio cuando empezábamos la carrera de arquitectura. Aficionados al arte, la
cultura y la fotografía pudimos acceder a algunas publicaciones que hablaban de
ese original oficio: la revista MD y
la alemana Novum Gebrauchsgraphik. El
diseño gráfico no se conocía en esta sociedad y se buscaban simples dibujantes
que realicen “emblemas” a tinta china para las empresas e instituciones. En la ciudad de La Paz de esos años (una
ciudad a escala humana, amigable y bella) no existía un mínimo de conocimiento de
esas nuevas profesiones.
Un día llegó nuestro primer encargo: el logotipo para una empresa
de pilas o baterías llamada Lupi. Realizamos en cartulina simple, tinta y un
precario uso del Letraset dos
opciones que fueron aceptadas. Recibimos nuestra paga y con ella la certeza de
que esas habilidades podían ser remuneradas. A partir de ese momento, seguimos como
diseñadores pioneros cada cual con sus
trabajos particulares pero alternando esa pasión con nuestros otros
apasionamientos: la arquitectura y la fotografía.
De esas épocas recuerdo los encargos de mi tío Antonio Paredes Candia
para las portadas de su Editorial Isla. De ellos, rescataría la portada del
libro Kollasuyo de mi abuelo
Rigoberto Paredes. En ese trabajo recurrí a figuras, colores y grecas abstrayendo
nuestro antepasado precolombino de las láminas del gran libro de Posnanski.
Posteriormente ya en 1970, a los 18 años, participé en un concurso
para el diseño del cartel para el Primer Congreso de Arquitectos de Bolivia. Lo
gané con una propuesta de una serie de perfiles de casas multicolores siguiendo
los tonos del arco iris sobre fondo negro y con letras blancas, tipo Helvética
del bendito Letraset, que llegaba a
cuenta gotas a una librería de la calle Potosí (ahora busco con insistencia
copias de ese primer cartel). Con ese aval, y con mis entrañables amigos de la
Facultad, pudimos construir el mural de la testera de ese revolucionario
evento. Eran épocas de cambio e ilusión por una nueva sociedad con la idea de
transformar las ideas en imágenes gráficas, carteles, logotipos, portadas de
libros, memorias de instituciones y otros.
Imagen recortada del cartel original de 1970 |
A principios de los años 70, mi padre forma con unos amigos la
empresa Vox Publicidad que fue importante para mi producción gráfica por dos
motivos. Por un lado, y paralelo a mi formación como arquitecto, me mantenía en
continúa producción las más de las veces sosa y funcional aunque también con otros
productos de interesante factura. Por otro lado, me permitió contar con un
laboratorio oscuro y equipo como ampliadora fotográfica, la offset Repromaster, cámaras Mamiya
6x6, Hasseblad 500CM, y la endiablada
tituladora Striprinter que casi me
deja ciego.
En esa época gané el concurso para el logotipo del CBA modificando
una tipografía con líneas continuas y
dinámicas que reflejan el carácter dinámico de un idioma universal.
Menos neófito y con más conocimientos conocí a otros diseñadores y
fotógrafos que también estaban en la ruta: Gastón Ugalde, Roberto Valcárcel,
Omar Trujillo, Alfonso Barrero, Felipe Sanjinés, Efraín Ortuño, Sol Mateo y,
sobretodo, a Matías Marchiori. Un día de 1973 se presentó Matías a la empresa y
en una breve amistad comprobé su talento y creatividad. Era la primera persona
que conocía con estudios académicos en diseño realizados en su natal Argentina
y eso se patentizaba en la calidad de sus trabajos y su impronta creativa. Por esa
razón, ya en esa época le interpelaba con la importancia de ver la gráfica del
mundo popular (un motivo personal de constante estudio). Discutíamos,
embrionariamente, como proyectar a partir de esa experiencia colectiva. Posteriormente,
Matías partió a Santa Cruz y se dedicó particularmente al teatro compartiendo esa
pasión con trabajos de diseño. Matías falleció en esa ciudad. Creo, sin temor a
equivocarme, que Marchiori era el más talentoso diseñador de esa época en
Bolivia.
Diseños varios años 70 y 80 |
De varios trabajos personales que realicé por esos años rescato
las portadas que me solicitaba Alfonso Gumucio D. para su vasta producción
bibliográfica, basados en collage de fotografías “reviradas” y superficies de
color; las memorias institucionales de la Minería Mediana que aceptaba con
beneplácito el amigo Raúl España; y los logotipos, trípticos y tarjetas de fin
de año que creaba libremente gracias al apoyo incondicional de Gonzalo
Montenegro a la cabeza de la institución IBEE.
El mundo de la música fue también motivo de diseños. El año 1975
el grupo Wara llegó a la empresa Vox para hablar con mi padre acerca de su
logotipo. Y sobre la base de una idea tipográfica de Omar Trujillo (fotógrafo y
diseñador boliviano radicado en el exterior), realicé un redibujo de sus líneas
con una proyección perspectivada que le otorga fuerza telúrica y espesor lítico
al logotipo. El grupo tenía tal relación con mi padre que llegaron a tocar en
casa en una inolvidable sesión familiar e íntima, una noche mágica. De igual manera, pero en otra clave, Adrián Barrenechea me confío
la realización de varios de sus discos de vinilo como Anselmo. Ya por los años
90 el Colegio de Arquitectos organizó las ferias Expotec convocando a concursos
de carteles. Gané el primer premio en dos oportunidades en los años 1991 y 1992.
Toda esa época fue de una intensa búsqueda con tecnología exigua
pero con una voluntad creativa que fue, poco a poco, destronada por la llegada
de la revolución digital. En ese entonces, conocí a la familia Vega,
particularmente a Juan Carlos y a Sergio, que a la postre se transformaría en
un compañero en las rutas del diseño hasta el día de hoy. Sergio es actualmente
uno de los mejores diseñadores de Bolivia. Ellos tenían el conocimiento de la
tecnología Mackintosh Apple más que ningún otro diseñador en
esta ciudad. Con Juan Carlos comenzamos, de forma pionera, el dibujo digital de
proyectos de arquitectura en La Paz con el programa Minicad.
De esa época, y por una relación de amistad con el grupo Loukass que comenzó en las oscuridades
del inefable Socavón, realicé su logotipo con la ayuda digital de Juan Carlos, con
una deformación tipográfica de una imagen paradójica de dos eses como
serpientes-espermatozoides y una rama que no permite equívocos. Se buscó connotar algo funny y perverso. Con ese diseño se trabajó el CD Akasa.
Ya con los recursos digitales plasmé diversas portadas para libros
como las realizadas para Ximena Arnal.
Con ella, Sergio Vega y Rubén
Vargas, creamos el año 1993 un proyecto literario-arquitectónico-artístico que
tuvo tres publicaciones, la revista Piedra
Libre. Modestia aparte, es una de las
mejores producciones del mundo editorial que se han realizado en este país. Entre
los logotipos efectuados, y junto los
trabajos de arquitectura de integración, esta el del MNA que con un pictograma
representa la arquería del patio de tan importante edificio patrimonial. Es un
placer aparte diseñar edificio e imagen juntos.
En la actualidad ya con recursos digitales mínimos he diseñado,
entre otros carteles, para eventos como el FestiJazz
y para algunos programas académicos de la Facultad de Arquitectura y Artes
de la que soy docente emérito hace 33 años.
Cartel para el FestiJazz 2017 |
En estas memorias de casi 50 años todo ha cambiado. Muchas personas
llegaron del exterior con formación académica y, en algunos casos, con la
soberbia provinciana del “diseñador contemporáneo” conocedor de múltiples
recursos tecnológicos. Ahora son muchos
los programas y múltiples las plataformas de diseño; miles los estudiantes y decenas
las facultades e institutos de formación; y ya existen en esta ciudad eventos
de transcendencia internacional. Vivimos la vorágine del diseño que entremezcla
los mundos real y digital. Se han
borrado las fronteras entre creadores y público, y en esta democracia morbosa
del diseño, todos somos fotógrafos y diseñadores.
En ese panorama confuso, pero provocativo, sigo en la ruta aunque
debo confesar que la pasión está en indirecta proporción con el desarrollo
tecnológico. Quizás sea un reflejo personal, pero siento que los diseños
actuales han perdido el aura que tenía hace décadas, cuando era una reverberación
mágica alrededor de un oficio casi artesanal, asistido por el rock, la emulsión
fotográfica, tu dibujo, y algún que otro artilugio.
Carlos Villagómez Paredes
abril 2016
PS. Estos testimonios serán ampliados en
la medida que la memoria se afine y aparezcan, milagrosamente, los diseños del pasado.