Un urinario de la calle Santa Cruz en La Paz Bolivia 2008 vs. Marcel Duchamp 1917
No cabe duda que en Bolivia el arte, de los
creadores plásticos y contemporáneos, está en crisis. Es una caída que se advierte
en los salones o galerías, en los subterfugios que usan los artistas para
disimularla y por los berrinches que expresan algunos curadores locales cuando
se diserta sobre ella.
Es un estado crítico que es, además, cotidianamente
interpelado. Vivimos en un país donde las llamadas “artes populares” gozan de
buena salud y aceptación del gran público. Diariamente nuestras ciudades hierven
con expresiones populares mientras que las galerías del “arte de élite”, son un
páramo. En amplios sectores de la ciudad las fraternidades se renuevan en
creatividad, y en el otro, esos artistas están desconcertados y aislados,
soportando una falta de empatía social e indiferencia a sus obras.
Como estamos en presencia de una crisis
profunda con obras mediocres, sin un pensamiento coherente y con una caída del
mercado local del arte, se impone reflexionar sobre las causas estructurales de
tal brete. Para ello, propongo empezar el análisis con la dualidad clásica: el
fondo y la forma o el contenido y el continente de las expresiones artísticas. En
esa línea, formulo dos conceptos, que creo, son claves: la pérdida de sentido y
la inadecuación de los medios artísticos.
LA PÉRDIDA DE SENTIDO
Una breve revisión de nuestra
historiografía del arte nos lleva a constatar la potencia de las vanguardias de
antaño. La generación de los artistas de albores del siglo XX como Guzmán de
Rojas o el Grupo Anteo fueron constructores de una simbólica anticipatoria a los
procesos políticos. Adelantados por décadas al proceso del 52, esos creadores (precursores
de nuestra modernidad) edificaron una imagen que sirvió, junto con otros testimonios
políticos, de base ideológica para las reflexiones de Carlos Montenegro. De
igual manera, pero en diferente clave, la anticipación simbólica puede
reconocerse en la obra de Arturo Borda que preveía la avasalladora llegada de
la cultura chola a nuestras ciudades en “La crítica de los ismos y el triunfo
del arte clásico” de 1948. En suma, era una vanguardia de premoniciones sobre los
futuros movimientos sociales urbanos. Un momento de nuestra historia del arte en
que la imagen se anticipaba, por décadas, a las ciencias sociales.
La vanguardia no se explica fuera de la
modernidad, ni tampoco ésta es universalmente genérica. Adscribiéndonos al
concepto de las “múltiples modernidades”, en Bolivia formamos nuestra propia
modernidad que, en la segunda mitad de siglo, fue llevada por una clase
dirigente aislada de una gran base social. Esa clase urbana, dueña del poder
político y cultural, tuvo su vanguardia artística dentro de los moldes de esa
modernidad local, es decir: exitosa pero parcialmente identificada con su base.
Esa modernidad política, mezcla confusa
de influencias y pervivencias, fue el sustento de nuestro arte para la segunda
mitad del siglo XX. Con ella, los artistas fermentaron sus obras con el
convencimiento pleno de una historia, a la occidental, que marchaba linealmente
hacia adelante.
Posteriormente, en los tiempos de las
dictaduras militares, se implantaron más paradojas. En ese ciclo, de un
sanguinario control ideológico, surgen nuevos valores en la plástica boliviana
siguiendo una norma universal: la opresión aviva la creatividad. El crecimiento
del arte en los años 70 reside en dos figuras claves y olvidadas en la historia
de arte boliviano: Mario Mercado y Fernando Romero, que comprendieron a
cabalidad el rol del mecenazgo de la burguesía ilustrada. A su influjo, el
movimiento del arte boliviano se tornó intenso y fructífero. Nunca antes el
mercado del arte subió tanto y, por ende, florecieron galerías y diversos
eventos artísticos que consagraron a muchos creadores. Ahí se formó la postvanguardia local (etiquetación
propia), que germinó con el último coletazo de la ideología del mestizaje
criollo, el objetivo social de nuestro siglo XX.
A la muerte de Mercado y a la caída
financiera de Romero, el arte oficial comenzó su imparable descenso; dicho
descortésmente: en tres décadas de un lento proceso, estos mecenas se están
cargando consigo a los artistas y curadores que encumbraron. Posteriormente, nadie se ocupó de tomar la
posta del mecenazgo, demostrando que vivimos en una sociedad de gran movilidad
social con una burguesía precaria y sin conocimientos sólidos de estética o de cultura.
En este nuevo milenio, de inesperados y
radicales cambios sociales y políticos, los artistas plásticos o
contemporáneos, se encuentran marginados, denostando sobre la coyuntura
política con muestras de incredulidad y de profundo desarraigo. Este retraimiento
es la muestra palpable de una incapacidad de comunicarse con los tiempos que
vivimos y, peor aún, de su incapacidad de anticipar a la sociedad como fue
anteriormente el papel del artista. A una mentalidad moderna le llegaron
sorpresivamente “momentos convulsos” que no pueden ser plenamente digeridos.
Con la pequeña oligarquía en retirada y
con los emergentes movimientos sociales sin interés alguno por ese arte,
nuestros artistas visuales están a la retaguardia de la historia como nunca
había sucedido antes. Con la caída vertiginosa del mercado, la desidia
intelectual, la miopía estética de los nuevos yuppies criollos y con un estado
boliviano que entiende otros valores de la simbólica en la historia, llegamos a
esta disonancia estructural entre el artista y la sociedad, a esta pérdida de
sentido.
Finalmente, este descentramiento tiene
otro ingrediente local. Debemos sumar la indefinición cultural que arrastra
nuestra sociedad desde hace siglos. El mestizaje, aquel mentado objetivo del
pensamiento universal en el siglo XX, es al parecer de Javier Sanjinés, un
espejismo en nuestro medio. Ni los artistas del imitatio a lo Arguedas, ni los de la mimesis a lo Tamayo, fueron
capaces de encontrar la tónica que resuelva la imprescindible ecuación entre
arte, cultura e identidad. Estamos a la espera de un signo revelador, único o
multipolar, para nuestra comenzar la construcción de nuestra identidad que, seguro,
echará por tierra todo lo que nos imaginamos.
LA
INADECUACIÓN DE LOS MEDIOS
Atado anónimo calle Santa Cruz, La Paz Bolivia vs. Christo 1961
La
pérdida de sentido está íntimamente relacionada con sus formas de
presentación. El arte boliviano
contemporáneo, particularmente en sus representantes más jóvenes, trabaja sus obras
con medios artísticos que se desarrollaron a principios de siglo XX en Europa o
en Norteamérica, de manera simiesca e irreflexiva. Adoptan performances,
instalaciones (los medios artísticos más cuestionables) como procedimientos
aparentemente idóneos para estar “contemporáneamente ubicados” y “universalmente
situados”. Pienso que, en una formación
social de intensa movilidad social que genera permanentes desfases políticos, la
asimilación acrítica de algunos medios artísticos es una apuesta perdida.
Debemos
comprender que el desencanto hacia el arte académico que expresaron artistas
europeos como Tristán Tzara o Marcel Duchamp, se gestó en procesos depresivos
complejos de postguerras. Es un sentimiento sombrío que se resume en sentencias
célebres como la de T. Adorno “Ya no podemos escribir un poema después de
Auschwitz” o en la frase fundacional nietzscheana “Dios ha muerto”. Este
derrumbe sentimental abonó la violenta transformación del medio artístico:
nacieron las instalaciones, los “objet trouve” y la defachatez de la
performance de la mano de grupos transgresores como el Dadá o el Fluxus; es
decir, nacieron los medios que pudieron describir la topografía del horror
europeo. La persistencia de un destino trágico y sinsentido perdura en
Occidente hasta el presente y se renueva en los pensamientos de Baudelaire o Nicolás
Bourriaud que “descubren” la necesidad de afectos a través de un arte
relacional o la ausencia de ligaduras en un “arte por el arte”.
El
norte tiene todo el derecho de fundar sus creencias estéticas sobre su
experiencia de vida pero, ello no da derechos a universalizar esa historia del arte
y, a nosotros, el deber de aceptarla acríticamente. Más allá de las revoluciones
tecnológicas que empequeñecen al mundo de hoy cabe preguntarse: ¿Los artistas
bolivianos tienen algo que ver, directa o personalmente, con esa historia
europea de profundos traumas bélicos, como para seguir sus dogmas y formas
artísticas? ¿Debemos realizar nuestros trabajos en visiones de mundo que son y
serán ajenas a nuestro ethos?
La
constatación de que existen medios artísticos inadecuados para nuestra
formación social tiene además, otras tonalidades. El llamado arte popular toma
por asalto la ciudad de La Paz en cualquier fiesta patronal o feria urbana. La
fiesta mayor del Gran Poder tiene múltiples ramificaciones que llenan el
calendario artístico y cultural con masivas muestras de popularidad propios de
una cultura viva que reúne a la sociedad, a los artesanos, los músicos y los bailarines;
en suma: una verdadera de obra de arte colectiva que consume todas las energías
creativas del medio social. Ante tanta euforia ¿qué efecto puede tener una
performance, así sea plena de ocurrencias o descaros, ante esa potente
expresión de un complejo tejido social y popular? La consigna de “épate la
bourgeoisie” suena en la ciudad de La Paz a trasnochada e insulsa.
La Calle en La Paz Bolivia: El espacio de la fiesta y la protesta |
Aumentando
las tonalidades, debemos recordar que las ciudades del ande boliviano son
intensas en su práctica social. En nuestras calles ocurre todo lo imaginable;
es un microcosmos que reúne actividades banales con muestras esquizoides
que se renuevan en su creatividad de manera exponencial: borracheras
colectivas, mercados populares sin pausa ni fronteras, demostraciones políticas
de labios cocidos, viejos y viejas desnudos marchando sin pudor alguno, carteles
y letreros ad infinitum, personas
auto tapiadas, hombres crucificados en las avenidas o alfombras humanas, de
fardos o de piedras que cubren todo el espacio público. Son acciones colectivas
que por su intensidad y fuerza superan en potencia a obras de artistas
internacionales como Spencer Tunnick o Richard Long.
Por
más que se pretenda dar nuevas lecturas con el arte contemporáneo (en un afán tiernamente
didáctico), la sociedad andina tiene sobrados ejemplos de una vida urbana caótica
y desenfrenada que marca el sino bizarro de nuestras expresiones. La práctica
social urbana opaca cualquier intención artística de “resignificar algo nuevo”
o de “interactuar” con el gran público. La ciudad es el espacio de la fiesta y la
protesta que consume todas las energías de nuestra empatía social.
Para mi pasmo, siento que el objetivo
filosófico occidental de un arte confundido con la vida se alcanzó en nuestra
ciudad de una manera inesperada y brutal; parece que aquí la vida se tragó al
arte sin darle mayores explicaciones.
El
debate sobre la pertinencia de los medios artísticos contemporáneos es
fundamental para el desarrollo de nuestro arte en el siglo XXI. La situación
actual no puede seguir sustentada por los precarios hilos de una aculturación
artística o de una anodina vanidad personal.
ESBOZO
PARA EL FUTURO
Personalmente
pienso que, para comenzar a revocar la crisis, se debe reformular el filtro
ideológico o la precaria institucionalidad del arte en Bolivia. Ese grupo de
personas, instituciones e ideas, que se formó entre la sociedad y el artista
contemporáneo, debe renovar radicalmente sus bases y adecuarse a nuestra
realidad social y a al tiempo histórico. Esta transformación deberá, ante todo ser
teórica, para nutrir de ideas a las prácticas artísticas contemporáneas en
Bolivia. Pensamientos como los de Colombres en “Hacia una teoría del arte
latinoamericano” o Dessanayakis en “Homo Aestheticus” son importantes para
marcar nuevas líneas de reflexión y trabajo. Renovar los ritos ancestrales o
los juegos comunitarios son posibilidades que encuentra la antropología para el
nuevo arte boliviano. Además, es saludable acordarse que agrupar mentalidades
en colectividades artísticas y hacer “instalaciones” y “performances” en cada
rito ancestral, es más nuestro que occidental. Creo que “mirarse el ombligo” en
tiempos de la red planetaria será significativo para percibir nuevas prácticas
artísticas.
Recordemos
que Picasso renovó el arte occidental después de mirar sensiblemente una
exposición africana. Que no se repita esa historia de dependencia ideológica y
tengamos que aceptar acciones de complementariedad artística o de
colectividades de trabajo de la mano de un curador europeo en una clínica-taller.
Siempre ensalzo el poder creativo y
renovador de los artistas en Bolivia sean plásticos o contemporáneos. Sé que
renovarán nuestro espíritu con el ejercicio de cualquier medio artístico. La respuesta a esta crisis está en la punta de la nariz y no la distinguimos
de tan dependientes y poco críticos que somos. Es indudable tenemos muchos modelos
en el arte popular y quizás, en la puerta de tu casa. Pero también gozamos de algunos
ejemplos en el mundo del arte promovido por un autor. Comencemos a revisar con
madurez e hidalguía la obra de Cergio Prudencio y la OEIN; ellos están, hace
muchos años atrás, en una vía artística plenamente identitaria y socialmente
revolucionaria.