Cada 8 de noviembre debes asistir al ritual de las Ñatitas en el
Cementerio General de nuestra ciudad para vivir una experiencia única.
Después de caminar por los diferentes sectores del campo santo
donde las familias exhiben, entre orgullosas y alegres, centenares de cráneos humanos
ataviados con coloridas coronas de flores, fumando cigarros que les introducen
cariñosamente, en medio de velas y hojas de coca, con bandas y música festiva,
quedas literalmente abrumado porque que se trata de un ritual demoledor por su
descarnada exposición del culto a la muerte.
En la ciudad de los muertos, este último 8 de noviembre, tenía la
sensación de pasear entre muertos de verdad y vivos “casi muertos” que
bailaban, cantaban y comían en medio de las tumbas, las ollas y las urnas.
Todas y todos, por la intensidad que despliega este rito paceño, me parecían como
si se ubicaran, desesperadamente y a los empujones, al principio de la larga
fila que nos lleva al otro mundo. Un sentimiento muy cruel.
Los agoreros irreflexivos de la cultura popular sabrán disculpar
la sinceridad de esta declaración. A los otros, para los que la trilogía vida,
amor y muerte son los provocadores universales del arte y la cultura, los
invito a recorrer el próximo año a las Ñatitas con una mirada sensible y desprovista
del localismo que, a veces, nos nubla el entendimiento.