Si un fin de semana estás podrido de la ciudad y de tus problemas
te recomiendo que tomes el camino a La Cumbre. A escasos minutos del lugar,
donde muchas familias paceñas van a ch’allar, está el Espacio Ritual de Francine
Secretan.
Es uno de nuestros sitios mágicos. Una de las más importantes apachetas
de nuestro territorio. Un portal que divide dos mundos. El umbral natural entre
el altiplano seco y frío y el oriente ubérrimo.
Chuquiago y Yungas se marcan en ese hito con una sencilla cruz lugar
de ofrendas y pagos a la Pachamama. Junto a esa cruz centenaria están Maya y
Paya, dos esculturas en metal pintado rojo que marcan el ingreso al Espacio
Ritual. Esas figuras encarnadas son la señal
del camino a esa monumental obra que está un poco más arriba, a escasos diez
minutos, y a unos 4.800 metros de altitud.
En una extensa cima están diseminadas una docena de esculturas de
gran formato de la artista boliviana. En la más parca soledad andina, que nos
impulsa a la introspección y reflexión de un mundo aymara no contaminado, se
encuentran las esculturas distantes y apartadas. No hay nadie. Sólo te
acompañan las figuras que debes verlas, tocarlas y gozarlas en un lento y
pausado caminar. No hay ruido urbano. Sólo escuchas el rugir del viento que, a
esas alturas, golpea inclemente. No hay
ruido visual. Sólo ves la inmensidad del paisaje, rodeado de una potente
montaña de un negro cenizo y de múltiples tonos de ocres y tierras de unos ásperos
macizos que, a lo lejos, cobijan dos lagunas. No se mueve nada. Sólo las nubes
que llegan del trópico y se baten violentamente contra esa cornisa natural en
un desenfrenado baile al borde del abismo. Ahí, en medio de la nada, se levantan orgullosas pero respetuosas,
las obras de metal colorido y piedra de la artista sobre unos pedestales de
hormigón con motivos e incisiones de nuestra iconografía.
Sea por medio de un merodeo despreocupado o de una profunda
contemplación, el Espacio Ritual de Secretan y la naturaleza divina entablan un
diálogo que te llena el alma, te
reconforta el espíritu y te reconcilia como ser de estas montañas. Es arte que,
por un lado, invita a esa catarsis y, por otro, reúne a muchos paceños y
paceñas a ch’allar en sus basamentos como en cualquier huaca o apacheta alcanzando
el ideal de Colombres de un arte latinoamericano que recupere la religiosidad
ligada al objeto artístico.
Si visitas el Espacio Ritual, tendrás un momento de paz espiritual
y desdeñarás tus vicisitudes urbanas. Y, lo más importante, te reconciliarás
con un arte preñado con propuesta
estética y postura ética. Un arte que, honestamente, todavía trabajan algunas
artistas en Bolivia libres del mundo bobalizado
y de su necio mercado.