Inspirado por un político hindú esbozo un concepto: “No se
transforma la historia urbana con sólo cambiar edificios, porque construir es apenas
una actividad económica y trascender en la historia es otra cosa muy diferente”.
Para trascender, debes percibir que la ciudad, aparte de los edificios,
es un constructo histórico de complejos entramados sociales, de memorias tenaces
y de múltiples imaginarios espontáneos. Para ser más claro describiré este concepto
con un ejemplo idóneo: la Plaza Murillo.
El año 1558 el alarife Gutiérrez Paniagua trazó nuestra plaza
principal. Desde entonces, y a lo largo de cuatro siglos, este espacio urbano
fue testigo de innumerables sucesos: revoluciones, colgamientos, asonadas, golpes,
inmolaciones, cercos y otros que cambiaron el devenir de la política y también su
forma. La plaza que comenzó como un descampado pasó a la imagen actual:
ajardinada y arbolada en clásico estilo republicano. Su icono central era el
dios Neptuno, escultura que fue reemplazada a principios del siglo XX por la de
Murillo, obra de un italiano. Su denominación también cambió con el tiempo. De
Plaza Mayor a Plaza 16 de Julio y después a Plaza Murillo. De igual manera, sus
edificios fueron variando: de cárcel a gobernación, de convento a parlamento,
de iglesia a catedral y de rústicas casas a importantes casonas con comercios y
cinematógrafo.
Como se colige, en esa plaza como en la ciudad, se gestan múltiples
transformaciones y permanencias, mutaciones
y persistencias que forman el espíritu pluricultural de esta ciudad: la
paceñidad. Esta alma urbana es un imaginario potente, impermeable a influencias
coyunturales y es el ajayu mayor por excelencia.
Al ver las dos moles, que actualmente están en construcción en la
plaza, me indigno y declaro desde esa paceñidad: “no se transforma la historia
urbana con sólo cambiar edificios”. Y pregunto: ¿se olvidaron del ajayu mayor?
Pero esta plaza jamás fue mezquina y ofrece oportunidades. Sus
casas patrimoniales se caen en tus narices. ¿Porqué no se reivindican un poco con
la paceñidad y conservan dos inmuebles representativos: el recientemente
colapsado, colindante a la Asamblea Plurinacional, y la bella casona Agramont
frente a la Cancillería? Con la celeridad para promover un espectáculo tuerca,
dispongan fondos para expropiar, restaurar, integrar y ocupar adecuadamente ambos
inmuebles. Háganlo como ustedes dicen: “a la velocidad Dakar”.
Si los restauran, los “ojos del mundo” verán que, aparte de multitudes
cariñosas con miles de banderitas, en esta ciudad existen otras prácticas
culturales que generan autoestima de verdad. Autoestima de la profunda y no la cacareada
por la verborrea mediática.