Cartel de la película boliviana CHUQUIAGO de Antonio Eguino. |
La arquitectura y
el cine comparten muchas cosas. La más
importante: su representatividad en las artes contemporáneas. El historiador alemán Eric Hobsbawm definió
al cine y la arquitectura como las artes más idóneas para la modernidad en su
breve ensayo A la Zaga.
Existen quienes
discrepen sobre ello pero, nada nos emociona tanto como ver a Chaplin, o nada
nos enerva tanto como vivir en una mala
arquitectura. A esa potente
facultad que tienen la fábrica de sueños y ese montón de ladrillos y cemento debemos
sumarles que somos millones en el planeta que vemos cine y todos habitamos
arquitectura y ciudad. Por ello, bien
ejecutados, son artes de masas. A un vernisage de arte pictórico o conceptual
asisten a la galería algunas decenas de personas, para un recital poético una
docena. Para El Rey León (una maravilla
visual) la cola da vuelta y media al manzano y explotan las arcas.
Arquitectura y cine
son, junto a la música, artes mayores (con el perdón de los amigos artistas o diseñadores). Son medios artísticos
de mayor complejidad estructural en contenido y ejecución, cuya concepción y
factura son tareas arduas y precisan de un manejo maestro, obsesivo y tenaz. El gran público levanta o aplasta una obra de
cine o de arquitectura sin miramientos. No hay medias tintas como para otros
medios artísticos. Pero, entre cine y arquitectura existe un matiz. La crítica
escrita o televisiva concede diferencias
en el trato. No sé cómo los cineastas lograron que la prensa los trate con cariño
y, ante esperpentos cinematográficos evidentes, declaran que fue “un loable
esfuerzo de un creador comprometido”. A los arquitectos ni agua.
Aparte de ello,
ambas artes precisan de múltiples agentes y medios para hacer realidad una
obra. Un cineasta o un arquitecto
necesitan de un equipo multidisciplinario y de importantes medios materiales.
Es vital para construir o filmar correctamente un eficaz acompañamiento, una
producción solvente e inteligente, y otras complejidades propias de un arte
aplicado. Baratito no sale, lo sé.
En el cine y en la
arquitectura de Bolivia tenemos, además, incapacidades personales manifiestas.
Menciono algunas: la falta de dominio del lenguaje y la ausencia de un guión penetrante.
En ambas disciplinas, se percibe la falta de ideología entendida esta como una
fuerza creadora o un pensamiento rector; y el manejo del lenguaje artístico es
un aprendizaje largo y mortificante. Quienes practicamos esos oficios sabemos
que nos falta más de una vida para lograr satisfacer nuestras pretensiones
estéticas y, seamos honestos, un montón de cosas más…